domingo, 31 de diciembre de 2017

¿MUERTE EN EL SAVOY?


No podría decir cuántas noches había gastado en aquel antro de excelsa miseria humana, ni los cientos de horas empleadas en la nebulosa audición de sonidos espectrales generados por músicos gastados tras instrumentos eternos, o en la contemplación de las caleidoscópicas imágenes de coristas sin clorofila, marchitadas por la ausencia de luz y el exceso de atmósfera cargada de humo de habanos, de efluvios de ginebra y whiskies de contrabando; de sudores de palabras gruesas lanzadas sin tino confeccionando nieblas de desesperanza y olvido. Cientos, quizás miles de veladas consumiendo la vida extraída por eternas succiones de tripas de cigarros extrayéndole el ánima; de whiskies bebiéndole las entrañas; y de ginebras mezcladas con el sabor de la saliva de besos con lengua de coristas derretidas de voz y de vida. Cientos, miles de noches de lunas ocultadas por paredes de edificios de verticalidad infinita, y de sombras de callejones traseros, cementerios de ratas devoradas por perros, restos que fueron humanos allí dejados repletos de plomo de venganza y celos. 

Cientos y miles de noches de jadeos expelidos por conciencias condenadas, de frases esputadas en la desesperanza, en el anhelo del próximo trago, de la eterna chupada del siguiente cigarro, de la turbia visión de la bailarina contorneando su artrosis en un postrer esfuerzo antes de exhalar el último aliento, de los músicos gritando  su alegría impostada con cuernos de metales quiméricos.

Y ahora, el portero afirmaba que no lo conocía, tampoco su amigo del alma negra Ernie, el propietario; ni el detective Fuller; tampoco Chef Antoine, el mago de los venenos culinarios; ni las coristas Lorraine Webster, Terry Shelton o Minnie Lindsay, de nada parecían haberle servido aquellas noches de amor hidraúlico; tampoco le reconocieron Tony Aiello ni Micky Nolan, que le amenazaron con su Magnum del calibre cincuenta cuando se acercó a saludarlos. 

Completamente desconcertado atisbó a través de la densa niebla tóxica de humanidad podrida y descubrió a Chester Newman, y lo que le pareció imposible: con él estaba Bob Raphelson, aquel que fuera maestro de Chester y que en palabras de este «llegaba a los tiroteos diez segundos antes que las balas, y que era tan incapaz de vivir en un mundo de buenas noticias que cuando el alcalde pacificó la ciudad, Bobby se marchó de vacaciones a la II Guerra Mundial».
No lograba comprender qué es lo que estaba ocurriéndole, aquel escenario espectral sin duda era el establecimiento de su vida gastada, era el Savoy, pero ni el mismo antro lo reconocía. Desesperado intentó recordar, y entretanto se le escapó una lágrima, y se emocionó al comprender que sus ojos aún eran capaces de amamantar su alma; cuando él los creía secos desde que una maldita noche, allí mismo en el Savoy, el amor de su olvido le incinerara el alma. 

Y fue entonces cuando a su mente vino una imagen, se vio tumbado y a su cuerpo solo le quedaba sitio para el esqueleto de su cadáver. Comprendió que su aparato digestivo y sus pulmones no habían estado a la altura de su aparato emocional y por ello, justo por ello estaba allí en el Savoy, muerto, era por eso por lo que nadie lo reconocía, ellos también estaban muertos, pero no eran reales, sino el producto de su mente que ahora ya no era nada, solo fuego y polvo, o quizás seguía siendo, y en este caso todos aquellos, sus amigos del Savoy, algún día del resto de la eternidad acabarían reconociéndolo. 
Con esa esperanza se subió a su Buick negro y se marchó, quizás para siempre.

Juan Castell, 16 de enero de 2015. Al maestro José Luis Alvite. In Memoriam

Nota: Algunas de las palabras y frases -que en el texto original de Word- están en bastardilla son propiedad del maestro Alvite.

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