Estaba hambriento, igual que toda la familia. Tenía un don según le decían, era capaz de escribir los más bellos versos que nunca se hubieran leído o escuchado en su aldea.
Por este motivo, habían reunido unas piastras y había viajado encaramado al techo de una vieja camioneta hasta Bombay, allí iba a participar en un concurso que buscaba jóvenes promesas para la escritura. Y, por ello, allí ahora se hallaba, con un bolígrafo de tinta azul que jamás antes hubiera visto uno igual, y un cuaderno de pastas verdes que disponía de un muelle de color blanco que mantenía sus hojas unidas.
Allí, sentado en un pupitre de madera, junto a más de cien jóvenes de ambos sexos, venidos de todos los rincones del subcontinente indio, con un objetivo en sus almas, que a él se le figuraba quimera. El premio era la oportunidad de publicar un libro en la editorial de más tirada de todo el país y, quizá, viajar a Bollywood y ser probado como guionista, si es que demostrase talento para ello. Cierto era que tenía confianza en sus posibilidades y, sabía que podría escribir poesía, un relato, o cualquier formato o estilo literario que le exigieran.
Ya todo estaba listo para iniciar la prueba. Tenían dos horas por delante para escribir sobre aquello que les pidieran. Todos estaban concentrados esperando el tema y el estilo que decidieran.
Y, al fin se oyó una voz, que dio instrucciones precisas. Indicó que escribieran cómo y lo que quisieran. Tema, modo, género y estilo libre. Todo un reto para hacer brotar la imaginación, la espontaneidad y la valía de aquellos diamantes en bruto de la literatura.
Él miró al techo, respiró lenta y profundamente, pensó en su aldea, en su familia y en su futuro. Y en el de ellos. Tomó el bolígrafo de tinta azul, apuntó al comienzo de la primera página del cuaderno de pastas verdes y, se dispuso a derramar en él el curso de la creación literaria que surgiera de su mente. Cerró un momento los ojos y buscó la inspiración. Pero, su mano quedó agarrotada, no escribía palabra alguna, lo intentó una y otra vez, pero una resistencia insalvable impedía iniciar la escritura. ¿Era su mano que no respondía?, o, ¿quizás su mente no era capaz de alumbrar idea alguna? Y tomó conciencia de que estaba vacío , que en él no había un solo pensamiento que pudiera transverberarse en palabra, no se le ocurría ninguna idea, nada; absolutamente nada. El miedo comenzó a apoderarse de él, y después se transformó en pánico. Supo que no conseguiría nada, que tendría que regresar a su aldea completamente fracasado, pobre y miserable de por vida; la única esperanza de los suyos tirada por aquel sumidero de su inutilidad para enfrentarse a la vida; a la lucha por el triunfo. No era más que uno de aquellos que llamaban intocables a los que nadie apreciaba. No le quedaba más opción que huir, o dar fin a su vida. No, no podía regresar con aquel fracaso. Su padre no le miraría nunca más a la cara y su madre moriría de pena con ello; su pequeña hermana sufriría tal decepción que no volvería a mirarlo nunca más como el héroe que ella creía que era. No, no pasaría por ello. Se lanzaría al río Ganges y se uniría a las cenizas de los muertos que reposaban en aquel río sagrado. Pero, él, tampoco era digno de morir en el Ganges; mejor en un estercolero, uno de esos que abundan por doquier en Bombay, en los que, como fantasmas, vagan miles de seres tan inútiles y desgraciados como el; no, mejor no moriría, se quedaría allí entre los detritus del estercolero como un muerto viviente, como un resto orgánico más, hasta que la muerte natural le llegara y, con suerte, quizás ya pasta entonces habría hecho méritos para reencarnarse en un gusano, sí, quizás con suerte…
Y, fue entonces, cuando oyó un silbato y una voz que decía: “Dejen de escribir”.”Bolígrafos en la mesa”. Reparó que había estado sumido en una ensoñación durante el tiempo que había durado la prueba.
Dejó el bolígrafo en la mesa y…¡Se frotó los ojos! ¡No podía creerlo! Repasó las hojas del cuaderno. ¡Una!, ¡dos!, ¡tres!, ¡cuatro!…¡hasta veinte hojas había escrito! ¡Era un relato fantástico! ¡Había escrito todo aquello que le había parecido un sueño!...
Y, ahora, allí degustando un exquisito té verde, él, el más afamado guionista de Bombay, por el que pugnaban todas las productoras cinematográficas de Bollywood, recordaba cómo aquel joven salido de una mísera aldea de ninguna parte, había dado un primer paso, un salto de gigante, al triunfo y a la fama.