martes, 24 de diciembre de 2013

Feliz Navidad

En un lugar perdido de ninguna parte:

-Por qué esta noche recibimos tantos deseos de felicidad? -preguntó el niño.
-Porque es Nochebuena -respondió la madre.
-Eso significa que mañana nos ayudarán y ya no seremos pobres y desdichados?
-No,  mañana será Navidad. Disfruta de esta noche. Mañana  la vida continuará. Desea lo mejor a los demás, pero confía solo en tu esfuerzo. Y en mí...

Feliz Navidad a todos!!!

lunes, 9 de diciembre de 2013

Katyn

Durante los tres días que ha durado el trayecto de Grodno a Vilna, ha arreciado la lluvia, y la marcha se ha hecho especialmente dura.  De entre las localidades, que se han abierto a los ojos de los divisionarios, destaca Lida, con su alta torre maciza coronada por un chapitel piramidal, y sus chimeneas, delatoras de una pretérita actividad fabril.  Los arrabales, intactos, poblados de casas de madera, con adornos labrados, algunas de dos pisos, dan paso a la estación de ferrocarril, prácticamente destruida.  A partir de allí, casi nada sigue en pie.  Verdaderamente desolador.
Llegan a Vilna, capital de Lituania, el 8 de septiembre y permanecen en ella durante tres días. Es el último reducto de la civilización, a juicio de los alemanes. Comprueban que hay teatros, cines y restaurantes en funcionamiento. La ciudad presenta muy buen aspecto, con amplias avenidas asfaltadas, estaciones de ferrocarril, un magnífico puerto fluvial, iglesias abiertas al culto, varios monasterios y un castillo, que le confieren a la capital lituana una singular belleza.
El trayecto entre Vilna y Minsk, no ha presentado mayor dificultad hasta pasada Oszmiana, donde la carretera se encuentra a intervalos interrumpida por obras de reparación, a manos de brigadas de trabajo de la Organización Todt, por lo que la División se ha visto obligada a recurrir a algunos desvíos, generalmente de difícil tránsito.
Cuando llegan a la capital de Bielorrusia, se encuentran un panorama muy diferente al que contemplaron en Vilna, Minsk, al contrario que aquella, ha resultado muy dañada a causa de la metralla y de los bombarderos.  En ella, no hay restaurantes abiertos, y quienes decidan comer por su cuenta, al final tendrán que recurrir al plato de sopa que reparten los puestos de la Cruz Roja.  El centro, asfaltado y con edificaciones modernas, contrasta con el resto de la ciudad, "muy ruso", con casas de madera separadas entre sí.  Y en uno de sus extremos, da comienzo la autopista que, pasando por Smolensk, la une con Moscú. Que es el objetivo de la División Azul.
Aquella mañana, tras hacer las seis horas acostumbradas de marcha, les dieron la orden de que tomaran un camino que salía a la izquierda de la ruta que seguían por la antigua autopista Magistral, que unía Minsk con Moscú, por la que se suponía que se dirigían a la toma de la capital rusa. Les faltarían no más de diez kilómetros para llegar a la ciudad de Smolensk, que según les habían dicho había quedado prácticamente arrasada por la división Panzer del general Guderian, un mes antes.  Llevarían caminados unos unos cinco kilómetros, cuando les dieron la orden de que acamparan en un claro que había junto a un gran bosque, que en los mapas figuraba con el nombre de Katyn.
Ramón que iba a los mandos del Pontiac -habilidad que había adquirido en aquel viaje, ya que anteriormente jamás había conducido vehículo alguno-, lo estacionó con el anticarro que llevaba a remolque, en el sitio que le indicaron, y se dispuso a agruparse con el resto de los integrantes de su compañía.
Los de intendencia instalaron las cocinas y se dispusieron a prepararlo todo para la comida. Nadie hubiera dicho que aquellos que estaban a escasos kilómetros del frente, realmente estuvieran a punto de entrar en combate, en el conflicto más terrorífico y descomunal de cuantos hubiese habido hasta el momento en la faz de la tierra. Más bien parecía que estaban de maniobras, aunque la dureza de la ruta a pie, les había hecho no olvidar en ningún momento que aquello iba a ser duro, mucho más de lo que imaginaban.
Ramón sintió unos retortijones de tripas, posiblemente meramente fisiológicos, sin anunciar aún ninguno de los severos cuadros de gastroenteritis, especialmente de disentería, que sufrirían las tropas de la Wehrmacht en todo el frente ruso, y que les crearían serios problemas cuando llegase el invierno. 
Pero aún no había llegado todo aquello y en este caso se trataba simplemente de aliviar el cuerpo de forma rutinaria, así que Ramón, con el decoro y pudor que le caracterizaban, intentó alejarse de la zona de acampada y se adentró un poco en el tupido bosque de Katyn.
Cuando le pareció que ya estaba a distancia suficiente de las miradas de sus camaradas, procedió a hacer aquello para lo que había ido hasta allí. Y en ello estaba, cuando sin dar crédito a las imágenes que sus retinas enviaban a su cerebro, movió la cabeza a un lado y a otro y tras permanecer absorto en aquella terrorífica escena que estaba contemplando, se subió los pantalones y emprendió una carrera desenfrenada con destino a la zona de acampada de sus compañeros. Y mientras corría, las imágenes se repetían en su mente: levemente cubiertos por la nieve tempranera de aquel final de septiembre, decenas, centenas, o quizá millares de cadáveres, en avanzado estado de descomposición, la mayoría de ellos esqueletizados o momificados, sembraban el bosque en una fantasmagórica y terrible escena que parecía salida del infierno de Dante. Le pareció que vestían uniformes y en alguno de ellos creyó ver condecoraciones o medallas prendidas de sus ropas, y no tuvo tiempo ni ánimo, para detenerse a comprobar a qué ejército pertenecieron.
Uno de los cadáveres, que estaba junto a él, parecía mirarle con sus cavidades orbitarias hueras, de unos ojos inexistentes consumidos por la putrefacción de la carne, vacios de retinas desbordadas con las últimas imágenes captadas e impresionadas en ellas, por el último horror que enviaron a sus cerebros antes de que la vida se escapase de ellos, con la desesperación, fruto de la impotencia emanada de la injusticia, de haber sido masacrados sin opción a defenderse, como indicaban las cuerdas que ataban sus manos.
Completamente excitado, por la escena que acababa de contemplar, intentó sosegarse y encauzar el ritmo de sus pensamientos. Aquellos cadáveres no podían ser víctimas de la Werhmacht, puesto que la operación Barbarroja se había iniciado solo tres meses antes, y de ningún modo, podrían estar los cuerpos en aquel estado tan avanzado de descomposición en solo ese tiempo. Por tanto, no se le ocurría ni quiénes eran aquellos soldados, ni su nacionalidad, y mucho menos quiénes podrían haberles dado muerte. Estaría durante mucho tiempo dándole vueltas a aquello que había visto, hasta que la preocupación por su propia supervivencia le hiciera que su mente se ocupase solo de ello, al menos de momento.