viernes, 1 de enero de 2016

Los Strauss


El concierto de año nuevo de Viena, esa performance musical, turístico-bucólico- danzarina, que un ya minúsculo país centroeuropeo produce para el mundo, en  memoria de un tiempo militarista, desigual y terrible para Europa, en el que las artes sobresalieron y atraparon al corazón de las gentes que en aquel tiempo tenían posibles, y que la que no, ni siquiera vieron.
Y, para nosotros, recuerdos impostados de películas de nuestra infancia, de Sissies y emperadores, guapos como novios de tarta, de sociedades de opulencia y esplendor, de oropeles, de palacios barrocos y jardines de ensueño. Bailes de salón amenizados por una saga interminable de compositores ad hoc con nombre de calles alemanas. Los Strauss, esos artistas del merengue musical, a los que no resistiríamos más allá de año nuevo, y esos bailarines de cuerpos perfectos, marcando gónadas y músculos de polichinela.
La Ópera de Viena, caja de música de gentes decadentes y de parvenues, directores seniles e histriónicos, espectadores que se transforman en primas donnas cuando el de la vara mágica les da entrada para que, con sus palmas, colaboren en la Radeszky...en suma una caja de música envuelta en el papel cuché de la cursilería...todo el concierto de los Strauss yo lo cambiara por un movimiento de Rachmaninov, que digo, por un acorde de Bach.
Sin embargo, aquí estoy enganchado a él y, solo deseo que el próximo año pueda hacer otro tanto.
¡Que viva el concierto de año nuevo de Viena!