El cambio de hora lo estaba matando. Llevaba más de dos horas intentando conciliar el sueño, pero el artificio ideado por la más perversa de las mentes humanas, consistente en alejar la hora oficial de la solar, estaba haciendo en él estragos. Tomó su segundo comprimido de Lorazepam y con una más que evidente ansiedad se propuso dormir, pues sabía que era importante que a la mañana siguiente su mente y sus manos estuviesen bien afinadas:
Debía afrontar una de las más complicadas intervenciones quirúrgicas, y pocos cirujanos además de él eran capaces de llevarla a cabo con éxito. En sus manos estaba la vida de una niña cuyo corazón había sido mal diseñado en su factoría materna, y era él quien debería procurar restañar tamaño error de la naturaleza.
Era preciso alejar de su mente cualquier preocupación y pensar en otra, ya que si no lo lograba estaba seguro de que no conseguiría vencer el estado de vigilia en el que hallaba. Por ello dejó vagar su mente, y se vio frente a un espejo, observándose y maravillándose al comprobar que su cuerpo era el más bello que jamás hubiese sido reflejado en aquel cristal. Se imaginó dialogando con él, y que le decía lo agraciado que era y cuanto le placía poder mostrar la imagen de un ser tan perfectamente diseñado y concluido como aquel que poseía. Se sentía halagado y henchido de amor por sí mismo, estaba viendo reflejada la misma imagen de un adonis con su propio rostro culminando aquella pieza que era el cénit de la perfección.
Pero hasta ahora no había reparado, tan extasiado como estaba admirando su figura, en que iba ataviado a la guisa que usan los cirujanos en el quirófano, con la bata verde anudada a la espalda, los zuecos azules, los guantes de nitrilo azul; pero con la cabeza y la cara descubiertas, y pensó que un ser tan perfecto como él estaría dispensado de tener que cubrir su rostro con tan desagradables aditamentos.
Pero se equivocó cuando observó la imagen reflejada de unas manos enguantadas de azul que le colocaban un gorro de color verde, y sin que él pudiera evitarlo, también una mascarilla que fue anudada convenientemente en la parte posterior de su cabeza. Y cuando comprobó que su excelsa figura ya no se reconocía con aquel disfraz, pugnó con desesperación por arrancarse la máscara que ocultaba su identidad. Sintió que sus manos estaban atrapadas y que le resultaba imposible hacer lo que tanto deseaba. De repente su imagen desapareció en el espejo y su lugar lo ocupó la figura de la pequeña a la que a la mañana siguiente debería reparar su defectuoso corazón.
Miró a su izquierda y no la vio, a su derecha y tampoco; él estaba vestido con las ropas de quirófano, pero la niña no estaba junto a él; sino en el espejo. La llamó, gritó, lo hizo una y otra vez, y en el rostro de la niña comenzó a dibujarse un gesto de incomprensión que se tornó en miedo, y comenzó a llorar y después a gritar, repitiendo una y otra vez:“Me he quedado atrapada al otro lado del espejo”.
Corrió, buscó algún instrumento contundente y halló un martillo, y con él fue hasta el maldito engendro; la niña continuaba gritando que había quedado atrapada al otro lado del espejo. Se preparó para golpear el maligno cristal que había atrapado a la niña, y en aquel momento ella se desprendió de su camisón dejando a la vista su pecho desnudo y en su centro una gran oquedad. Y aterrorizado comprobó que no tenía corazón.
Completamente desesperado dudó un instante y decidió martillear al monstruo que había atrapado a la niña y le había robado el corazón. Y supo que solo él podría salvarla.
Sudoroso, excitado y sin aire en los pulmones realizó una profunda inspiración emitiendo el sonido que habría hecho una ballena tras una prolongada inmersión, y comprobó que aun eran las cuatro de la madrugada.
31 de marzo de 2014….protestando por el cambio de hora
Juan Castell