viernes, 17 de julio de 2015

Teoría de cuerdas. Uno de los límites del Universo...O no

«¿Cómo será de grande el mundo?» —se preguntaba una hormiga al tiempo que transportaba un enorme grano de trigo sobre su cabeza.
—Tanto como un día entero volando sin parar. —le contestó un jilguerillo que, al parecer, era capaz de oír los pensamientos de la hormiga, la cual sorprendida, le inquirió:
— ¿Cómo lo sabes?
—Porque volé un día entero hasta que no había nada más, y ya todo era azul.
— ¿Y por qué sabes que tras ese azul no había nada?
—Me lo dijo una gaviota que una vez voló dos días sobre ese azul, que ellas llaman mar.
—¿Pero, la gaviota cómo lo sabe?
—Ella, una vez habló con un alcatraz, que es un pájaro que es capaz de volar días y días, pero no sirve porque estaba loco y le dijo cosas que no tenían sentido.
— ¿No tenían sentido? ¿Cómo qué?
—Que tras ese mar azul había más tierra y luego otra vez mar azul y ahí se acababa el mundo.
—Entonces, tras ese mar azul, puede haber algo más, ¿no crees?
—No lo sé, ya no tengo más información.
—Pudiera ser… que la tierra nunca se acabe, ¿no es verdad?
—Me voy… ¡que me estás mareando!
Y, justo cuando el jilguero partió volando, se interrumpió la emisión de aquel programa infantil de dibujos animados en el que se contaban fábulas escritas por adultos para niños —según decían ellos— y… de pronto en la pantalla del televisor apareció una imagen de un recóndito planeta que llamaban Plutón, y… decían que un artilugio enviado por el hombre había tomado muchas fotografías, pues había pasado muy cerca de él, poco más alto de lo que lo hacen algunos pájaros en la Tierra; aunque desgraciadamente no podía detenerse, ya que su velocidad no se lo permitía,… que ahora aquel cachivache continuaría su viaje hasta los confines del Sistema Solar y, después…,más allá…¿hasta dónde?
Y, Pedrito, mientras se echaba a la boca una nube de caramelo, recordó a la hormiga y, pensó que pudiera ser ques llevase razón, y el Universo fuese infinito…, o ¡quizás no!

miércoles, 15 de julio de 2015

Muerte en las tierras altas de Escocia


Va caminando por el empinado sendero de piedra, flanqueado por prados verdes y rojos, en el que orondas y lanudas ovejas pastan la deliciosa hierba fresca, salteada con algún bocado de brezo rojizo, aquel que le confiere el encanto a aquellas tierras altas de Escocia.

Con el sol del norte, su brillo matizado de melancolía, y su anémica luz envidiosa de la fuerza del sur, y de las secas tierras de oriente, allí donde su esplendor es tal que ni el agua osa hacerle sombra.

Caminaba aquel anciano despacio, casi parado, por aquella empinada cuesta. A sus espaldas miles de leguas de días gastados en duros trabajos, en ilusiones perdidas y alguna alegría liviana; todos los dientes perdidos, menos dos que le restan; igual que los hijos, excepto uno que marchó a América.

En sus recuerdos de densa niebla y negrura infinita, la imagen de una mujer, que cree que fue un día esposa suya, y una humilde casa de paredes de piedra en la ribera de un mar bravío, donde los hombres se hacen peces y estos se transforman en hombres tras ser comidos.

Y, aquella cuesta de dura piedra, tornada blanda por la duermevela de sus sentidos, el aire frío y denso, como barro de humo tornado liviano, por mor del acecho del abismo del fin de la vida.

Aquel, que más que viejo es ya decrépito anciano, está al final del trayecto, justo sobre una cima, el paisaje verde, rojo y amarillo, veteado de manchas de algodón de las ovejas que pastan entre lagos de negras aguas donde dicen que aún los monstruos existen. Pero, él ya está en su morada eterna, ya llegó al fin de su vida.
Y, allí junto al camino de piedra de empinada pendiente, justo en el lugar donde se cree que habitan los dioses de las gentes de las tierras altas de Escocia, un ser anónimo a quién ya nadie recuerda, ha ido a dar con sus gastados huesos forrados solo de seca piel, justo contra la tierra.

Allí queda varado, como tantos otros  seres vivos, con conciencia o sin ella, con filosofía o simplemente con vida vegetativa y, puede que todos se conviertan en turba y, quizás un día, sean quemados para calentar a otros, que ni siquiera  tengan conciencia, pero, sin duda, todos quedaran en espera a que en el fin de los días juntos regresen a su estrella.

martes, 14 de julio de 2015

Vida -casi- Eterna

— ¿Qué haces? —le preguntó la tortuga a una abeja que se había posado en una bella flor, justo en la ribera del arroyo en el que ella pacía, con la displicencia del ser que se creía casi eterno.
—Trabajo. Chupo néctar de esta flor para llevarlo a mi colmena.
— ¿Para qué trabajas con tanto afán?
—Para que la colmena pueda sobrevivir. Y, porque es mi obligación.
— ¿Quién te obliga?
—Nadie…no sé…no lo he pensado…
— ¿Tú, es que no piensas?
—No,…yo trabajo, para pensar ya están los zánganos, allá en la colmena.
— ¡Ah!, ¡claro!: los zánganos. Ellos piensan y tú trabajas…mmm…
—A mí no me molesta. Pensar debe de ser muy aburrido. Pero, ¡calla!, que no me dejas chupar.

Y, la tortuga, muy lentamente, con el privilegio que le otorga su vida casi eterna, se fue alejando de la flor y de la abeja, mientras en su mente rumiaba una conclusión, de aquella intensa, pero brevísima —dada su longevidad— charla con la abeja: zánganos que piensan…abejas que trabajan y chupan…, mmm…, muy interesante, pero lo dejaré para más adelante…tengo tanta vida, que una reflexión tan jugosa he de dejarla reposar.

Es lo que tienen los seres que se creen inmortales, que los pensamientos siempre los dejan para…otro día.

lunes, 13 de julio de 2015

Vida efímera

                   VIDA EFÍMERA

—¿Qué haces? —le preguntó el sapo a una libélula que se mantenía suspendida  justo encima de su cabeza, sobre las cristalinas aguas de la charca en la que el batracio vivía.  «Solo vivo» —le contestó el insecto. 
—¿Solo vives? Yo también, pero algo más harás, ¿no? 
—No, solo eso. No tengo tiempo para hacer otra cosa. 
—¿Qué quieres decir con eso? 
—Que mi vida es tan efímera que si en un instante dejo de pensar que solo vivo, me perderé ese tiempo precioso de vida. 
—Y, ¿no comes? 
—No, prácticamente no, vivo tan poco, que casi no necesito comer. 
—Pero, supongo que para mover tus alas a esa velocidad, tendrás que coordinar bien tus músculos y, eso es difícil, deberás pensar en cómo hacerlo antes de ejecutar cada movimiento… 
—No, es todo automático, la naturaleza lo ha hecho así, para que las libélulas solo nos dediquemos a vivir. 

Y, dicho esto, la libélula, justo antes de salir disparada como un cohete, le dijo a la rana: «Adiós rana, no puedo seguir hablando contigo, he de conocer a más gente, de otra manera no podré alcanzar la sabiduría».