jueves, 31 de diciembre de 2015

Hay palabras que te abrazan el alma

Un deseo de felicidad no equivale a que alguien te la dé. Un deseo de fortuna no es lo mismo que alguien te entregue un tesoro. Un deseo de amor no equivale a que aquella persona a la que tu quisieras te ame. Un deseo de paz en el mundo no tiene el valor de un soldado en misión de paz, de un médico o un payaso sin fronteras. Una mentira que te haga feliz no vale lo que un lametón de un perro. Una luna llena no es tan hermosa como la mirada feliz de un niño al que les has regalado un globo de Bob Esponja de helio. Un “eso está hecho “ no equivale a “venga vamos a hacerlo”. Un “yo te he querido mucho” no es lo mismo que “un te quiero”. Un amigo dejado en la sombra del recuerdo no equivale a un compañero de paseo. Un brindis por tu felicidad no es equiparable a un sorbo de agua en el desierto. Una madre muerta a veces vale más que todos los habitantes de China. ¿Y una madre viva?  La Luna y las estrellas.
Un año que acaba. Solo es un segundo menos en la vida. La muerte, solo una noche sin estrellas. Doce campanadas, un año nuevo, vida, solo vida.

¡¡¡Feliz 2016!

Juan Castell

jueves, 24 de diciembre de 2015

Navidad en una calle de Alepo


Frente a ellos se hallaba un laberinto de esqueletos de lo que otrora fueran orgullosos edificios de pujante riqueza, construidos en la ignorancia de un devenir de odio, sangre y fuego. Y, ella, apenas algo más que una adolescente, enamorada de la vida, ilusionada, como él, con un futuro juntos; visionarios de un mundo feliz de paz y concordia; de respeto y prosperidad, pero ahora huyen como alimañas despavoridas entre una selva de escombros. El sabor amargo del miedo regurgitado a borbotones de sus gargantas, la piel de barro del polvo de la guerra. Ella, a punto de dar término a su embarazo, al fruto de su amor infinito por Amed. Él, asustado por ella, buscando, como lo hacen las presas, un refugio; un escondrijo donde resguardarse del terror del odio, y de la lluvia de metal y fuego lanzado sin piedad por la mano de un dios exterminador y, por las de sus sacerdotes de todos los credos.

Al frente Amed divisa una destartalada construcción que aún conserva el techo y, de la mano, con fuerza agarra a su amada. Corren y corren,tanto cuanto pueden, ella grita de dolor, al tiempo, que un líquido templado de su vientre se le derrama, mientras siente que se le desgarran las entrañas. Entran en aquella mísera estancia, en ella ya hay gente: una mula, un buey, un perro y un gato, pero ninguno de los animales al verlos se asusta. Amed deshace una alpaca de paja y en ella acuesta a su amada. Ella se muerde los labios, su vientre ya con fuerza se contrae, el perro, curioso se acerca, el gato maulla, el buey muje y la mula permanece callada; no muy lejos se oyen criminales explosiones y el homicida tableteo de las armas.

Todo sucede muy aprisa, ya en sus manos Amed sostiene a la criatura, con su navaja ha cortado el cordón, que con mimo antes ha anudado, ha cuidado de extraer la placenta, y de limpiar las secreciones del retoño, el cual, con la sensatez de la ignorancia, llora, por venir al mundo, por su dios y por la guerra. Ella, apenas lo mira,  la tristeza le invade el alma. Amed lo alza cuanto puede y, desencantado por su gente, su dios y su tierra, jura que, si sobreviven, lo educará en una nueva fe, en una que respete a sus semejantes.

Con él sale a la calle, mira al cielo y, allí en lo alto, con sorpresa ve un edificio intacto, en él un reloj digital, que marca una fecha: 24 de diciembre. Entonces recuerda que es Navidad y que una vez le contaron una historia.

Y fue en aquel momento cuando supo, que el niño que sostenía en sus brazos, ya tenía un nombre: se llamaba Jesús y, tuvo por cierto, que no solo viviría, sino que lucharía por la justicia, por la paz y el respeto entre las gentes.

Feliz Navidad

Juan Castell

domingo, 20 de diciembre de 2015

Vida efímera

                   VIDA EFÍMERA

—¿Qué haces? —le preguntó el sapo a una libélula que se mantenía suspendida  justo encima de su cabeza, sobre las cristalinas aguas de la charca en la que el batracio vivía.  «Solo vivo» —le contestó el insecto. 
—¿Solo vives? Yo también, pero algo más harás, ¿no? 
—No, solo eso. No tengo tiempo para hacer otra cosa. 
—¿Qué quieres decir con eso? 
—Que mi vida es tan efímera que si en un instante dejo de pensar que solo vivo, me perderé ese tiempo precioso de vida. 
—Y, ¿no comes? 
—No, prácticamente no, vivo tan poco, que casi no necesito comer. 
—Pero, supongo que para mover tus alas a esa velocidad, tendrás que coordinar bien tus músculos y, eso es difícil, deberás pensar en cómo hacerlo antes de ejecutar cada movimiento… 
—No, es todo automático, la naturaleza lo ha hecho así, para que las libélulas solo nos dediquemos a vivir. 

Y, dicho esto, la libélula, justo antes de salir disparada como un cohete, le dijo a la rana: «Adiós rana, no puedo seguir hablando contigo, he de conocer a más gente, de otra manera no podré alcanzar la sabiduría».