miércoles, 13 de diciembre de 2017

Ángel Crespo algo más que un poeta de la Mancha

Pequeñas se quedaron tus Patrias, primero la Mancha, después Madrid, y España. Eran tiempos pesados, grises como un país de sol en eclipse, una Patria de ideas de hierro, de metálicas cadenas, de sinrazón e intransigencia.

Te echaron de tu Patria, lo hicieron los de las cadenas, pero también aquellos que vivieron en la impostura, como si trataran de cortarlas. Pero, que nadie se engañe, solo tú te fuiste, no fueron ellos, sino tu hambre de mundo. Oíste que te llamaban, que muchas moradas requerían tu presencia, y a ellas marchaste.

Aunque, hoy, aquí en tu patria, incluso en tu Patria, no son muchos los que aún te recuerden, los que conozcan que fue grande tu obra. Poeta, erudito, ensayista, crítico o traductor. Y, fue por aquí por donde a mí llegaste, como a tantos otros, por tu magna obra de traductor y, entre otros, de Fernando Pessoa.

Había oído hablar de ti antes de eso, vagamente, como un susurro de olvido, como una suave brisa que arrastra los salicores por los campos de la Mancha, tu patria, mi patria; poca cosa para algunos, la más grande de las Patrias para aquel que todos conocen, al que llamaron el Ingenioso Hidalgo, el Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Pero a ti te quedó pequeña, minúscula incluso, siempre sentiste que tu Patria era el Mundo: Puerto Rico, Seattle, Suecia, Suiza, Portugal, Brasil o Italia. Allí buscaste, y, encontraste —quizá—-aquello que con anhelo ansiabas, pero, siempre en tu alma estuvo tu patria, la tierra de tu infancia, la de un arroyo, unos campos y un molino en Alcolea, en Alcolea de Calatrava:

Veo que la retama deAlcolea
Pernocta junto al Arno
y no sé si se duerme o se alumbra
al sol, pues esta selva
salvaje que ahora piso
¿no es por ventura, dueña
de otros pasos —y cantan
florentinas aquí o alcoleanas
las campanas sonando? Pues tropiezo
Con recados y piedras y girando
—mientras lo veo y toco—
reconozco al pastor de misencinas
cerca del puente, estando
Vigilando la Calle del Infierno
mientras tú le das cuerda
y haces girar al mundo
de dentro de tu tumba florentina.

Florencia, Alcolea; Italia y el Mundo: tu Patria. Alcolea y la Mancha: tu patria.

Viajaste por medio mundo, quizás para ti el universo entero y, de esas tierras, ninguna lengua se resistió a tu afán por conocerlas; te empapaste del saber de sus gentes y, hallaste, estudiaste y tradujiste a los más grandes de ellas. A Petrarca, Dante, Andrade, Cabral de Melo o a Guimaräes Rosa y, al fin, a Fernando Pessoa, quizás fuese él quién te encontrase a ti; paradójico, aquel que tras su regreso de Sudáfrica ya nunca más volviera a abandonar Lisboa y su entorno próximo. Él, no necesitó viajar por el mundo, él era el Mundo, su mente universal, sus otros Fernandos viajaban por él, o, ¿acaso Álvaro de Campos permanecía mucho tiempo varado en puerto?, en cambio, tú viviste en el Mundo, pisándolo con las suelas de tus zapatos, apuntándolo con tu pipa popeyana; pero tú mente regresaba una y otra vez a tu patria, a tu infancia, allá/acá, a la Mancha.

Dijiste que una patria«se elige» y también hablaste de «mi otra patria»:

Mi otra patria en Italia
—la del verbo
y el amor- y en sus calles
jamás cayó de mí
una hoja muerta.
Nunca
puse la mano en una piedra
que no se calentase
ni dije una palabra
que no iluminase por la noche
Una patria se elige
—y una mujer. O llegan,
inevitablemente,
cuando tu soledad las ha ganado.

Dices que «Mi otra patria» y que «una patria se elige», y que tu «otra patria es Italia», «la del verbo». Igual que aquel al que tú tanto amaste como poeta que escribía hablando de su patria: «Mi patria es la lengua portuguesa», y en ese sentido erais hermanos, gracias a vuestro amor y conocimiento del verbo. Y en aquellas noches oscuras, cuando quizás la oscuridad te atenazase con negrura tu alma Pessoana escribiste:

Una calle manchega
donde pocas
veces llueva, los pasos
tengan tiempo de echar
raíces; las paredes
de curtirse de luz
—y a las palabras
no el odio las desdiga

Una calle asomada
al campo —y a otras calles—
y siempre las ventanas
y a las sábana frescas
que esperan un cansancio
noble, de amor y lucha,

Una calle en silencio
con hierba en las aceras
y un recuerdo perdido
que me enrede los pasos.

Dices, que una «se elige», y yo, desde la humildad, te digo, que una patria, tu patria; Tu Patria, siempre te persigue, como contigo lo hizo.

Ángel, ¡cuánto habría dado por haberte conocido!, quizás habrías sido amable conmigo, o puede que no, es posible que me hubieras ignorado. Pudiera ser, que a ti también te ocurriese, si hubieses conocido a Fernando Pessoa. ¿Qué le habrías dicho? Es posible que te hubieras dirigido a él en ingles, o en portugués, habría sido más natural; le hubieras dicho que era para ti más que un honor poder conocer  al autor, al que, con toda tu admiración habías traducido, interpretado y hablado con su voz; y, él, quizás entonces te hubiera contestado diciéndote que no, que él ya lo sabía, puede que incluso te hubiera mostrado un horóscopo, en el que el insignificante hecho de haberte hallado, estuviese fechado con exactitud fractal; te diría que lo sabía, porque él que ya no era nada lo era todo; porque todo es nada y la nada es todo.

¿Y yo?, ¿Habría tenido un papel en esa escena? Yo soy nada de nada comparado contigo, Angel Crespo, y menos que nada de nada si lo hago con Fernando Pessoa; pero, vosotros ya tampoco sois nada, y yo lo soy todo, porque de ambos estoy escribiendo. Estoy vivo y vosotros no, o quizás sea al revés, que yo no sea nada y, en cambio, vosotros viváis y lo hagáis ya para siempre; al menos, lo estáis, en mi mente, al escribir sobre/con vosotros, y en la de aquellos que quizás esto lean.

Se me ocurre, Angel Crespo, que quizás, con la pipa instalada en tu boca, apuntando con ella al puerto de Lisboa, aquel en el que Campos se hallaría embarcando rumbo al Quinto Imperio, le podrías haber dicho a Pessoa:

¿Fernando qué piensas de «ese árbol sin nombre, cuyas hojas son las palabras que ni caen ni nunca mueren aunque las bata el viento, cuyas raíces tocan el corazón y la garganta, cuyo tronco es enorme y cabe en un abrazo?»

Y, él, probablemente permanecería callado, y te serviría un vaso de aguardiente Maceira, e impasible, hubiera continuado escribiendo y, cuando tú hubieses leído aquello, tengo por cierto, que las lágrimas habrían viajado por tu, ya algo ajado rostro y, entonces, habrías sabido que no eras nada. Solo un poeta. Un poeta de la Mancha.




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